Ayer compré en la tienda una salchicha común y corriente, nada fuera de lo normal, solo para prepararme unos sencillos sándwiches. En casa corté unas rodajas, las comí y guardé el resto en el frigorífico. Todo parecía perfectamente normal.
Esta mañana decidí usarla para el desayuno.

Saqué la misma salchicha, tomé un cuchillo… y enseguida noté algo extraño: era difícil de cortar, como si tuviera algo duro dentro.
Pensé que tal vez se había congelado, pero al intentar cortar un poco más, el cuchillo se quedó atascado.
Me incliné para mirar mejor y me quedé helado: en el centro de la salchicha brillaba algo. Al principio creí que era un trozo de metal. Seguí cortando, escarbé un poco… y, para mi sorpresa, de la masa rosada saqué una memoria USB.
Sí, una memoria USB común, de varios gigabytes. Una sensación de asco me invadió al pensar que ya había comido parte de esa salchicha.

¿Cómo podía haber acabado algo así dentro de un producto industrial, comprado en una tienda y que además no era precisamente barato?
Sin embargo, mi curiosidad pudo más que mi repulsión. Encendí el ordenador, conecté la memoria USB… y lo que vi me dejó sin aliento.
Dentro solo había una carpeta llamada «Ábreme».
La abrí. En su interior, un único archivo: una foto. En ella aparecía un hombre sonriendo, mirando directamente a la cámara.
Me quedé inmóvil, con la respiración contenida y la vista fija en la pantalla.

¿Era una broma de mal gusto? ¿Una especie de mensaje?
¿Por qué alguien escondería algo así dentro de un alimento?
Aún no sé qué hacer: si avisar a la policía para que investiguen o simplemente tirar esa maldita salchicha y fingir que todo esto no ha pasado.

