Es un hombre adulto, soltero, que ha aceptado que la vida le ha pasado de largo, y que sus oportunidades de formar una familia se desvanecen con cada día que pasa. Ella es Hobbes, su gata, una adorable bola de ternura y lealtad que le ha acompañado durante años.
Sin embargo, un día una mujer irrumpe en su vida, decidida a imponer su propia visión de cómo deberían ser las cosas.
Comienzan a acercarse, se mudan juntos e intentan construir una relación. Las discusiones son frecuentes, especialmente debido a diferencias religiosas.
Un día, una de esas discusiones se torna particularmente intensa, y la mujer decide marcharse. Tiempo después, le escribe diciendo que está dispuesta a regresar porque aún tiene sentimientos por él, pero con una condición firme: debe deshacerse de su gata. Aquí surge el dilema.
Por un lado, está la posibilidad de una relación con una mujer que podría convertirse en su esposa y en la madre de sus futuros hijos, ofreciéndole la compañía que anhela en sus últimos años.
Por otro, está Hobbes, su gata “común”, a la que podría entregar en adopción.
Pero Hobbes no es solo una mascota; es su amiga, su compañera leal durante años, una parte esencial de la pequeña familia que ya había formado.
La paradoja es clara: para construir una «familia verdadera», tendría que desmantelar la «familia no oficial» que ya tenía. ¿Qué decisión tomaría?
«Tengo 33 años, y Hobbes es lo más cercano que tengo a una familia. Es prácticamente como una hija para mí. En cuanto a la esposa… ahora es definitivamente mi ex».
Aunque Hobbes no era consciente de la tormenta emocional que atravesaba su dueño, permanecía fiel y cariñosa como siempre.
Para él, discutir sobre quién debía quedarse y quién debía irse era absurdo. La elección ya estaba tomada.