Estas Navidades han sido muy diferentes de lo que esperaba. Y para ser sincera, no pensaba que haríamos un descubrimiento tan sorprendente.
Me llamo Anna, tengo 14 años, y mi vida es como la de muchos adolescentes: entre el colegio, las peleas con mi hermano Lukas, que tiene 16 años, y los intentos de mantener mi habitación limpia, todo parece un poco complicado.

Sin embargo, mi madre es la verdadera heroína de la casa. Trabaja sin descanso, cuida de todo y siempre encuentra tiempo para ayudar a Lukas, que no deja de procrastinar. Es capaz de hacer malabares entre el trabajo, la casa y la escuela de Lukas. En cuanto a mi padre… se considera el “jefe de la familia”, lo que en la práctica significa que pasa sus días frente al televisor, discutiendo sobre las últimas películas de acción. Le quiero, pero sé que prefiere relajarse antes que ayudar. Entonces llegaron las Navidades, y las cosas tomaron un giro inesperado.
Un par de semanas antes de Navidad, Lukas y yo recorríamos la casa, como siempre, buscando los regalos que mamá había escondido. Pero en lugar de eso, escuchamos una conversación entre papá y su amigo Michael. “¿Qué le regalo?”, preguntó papá, riendo por teléfono. “¿Tal vez algo para la cocina? Un batidor, utensilios de cocina. siempre le gusta eso.” Sentí una oleada de malestar.
“¿Pereza?”, pensé, incrédula. ¿Cómo podía decir algo así? Mamá, que nunca para entre el trabajo y las tareas del hogar, y él atreviéndose a menospreciarla de esa manera. Pero papá continuó: “Si tuviera buenos utensilios, la cocina no sería un desastre. Estaría mucho mejor.” Lukas y yo nos miramos y supimos que teníamos que hacer algo.

El día de Navidad, la casa olía a árbol de Navidad y pasteles. Mamá había comenzado a cocinar temprano, como siempre, y estaba preparando un bollo que lucía perfecto. Mientras servía café a todos, papá se acomodaba tranquilamente junto a la chimenea con su chocolate, como si nada pasara. La familia, incluyendo a los abuelos y tías, se había reunido alrededor del árbol.
Lukas y yo observábamos discretamente. Los regalos habituales fueron desenvueltos: calcetines, tarjetas, un jersey raro que nadie quería, pero todos sonreían. Luego, llegó el turno de papá. Tía María le entregó su primer regalo. “Esto es para ti, de mi parte”, dijo, sonriendo. Papá lo abrió, y su rostro se cerró de inmediato.
“¿Una caña de pescar? ¡Genial!”, dijo, poco convencido. “Sí, genial”, respondió tía María. “Esperaba que te gustara.” “Bueno, gracias”, dijo papá, visiblemente molesto.
Luego me tocó a mí. “¡Feliz Navidad, papá!” Intenté parecer lo más inocente posible mientras observaba su reacción. Abrió el paquete… y descubrió otra caña de pescar. “¿En serio?”, preguntó, completamente desconcertado. “¿Tres cañas de pescar, de verdad?”
Cada uno de los siguientes regalos también era una caña de pescar. Cada vez se notaba más frustrado, y Lukas y yo no podíamos dejar de reír. Finalmente, mamá abrió su regalo: la bolsa que tanto quería. Su rostro se iluminó. “¡Oh, este bolso es un sueño! ¿Cómo sabías que lo quería?”, preguntó emocionada.
“Hace poco estuvimos hablando de ello”, dijo el tío Michael, sonriendo. “Los niños nos dieron algunas pistas.” Mamá, sorprendida, miró hacia nosotros. “¿Lo hicisteis vosotros dos?” Sus ojos se llenaron de lágrimas de felicidad. “Sí, lo hicimos”, respondimos al unísono. “Gracias”, dijo, abrazándonos. “¡Es la mejor Navidad de mi vida!”
Papá, que había estado observando todo el rato, parecía asimilar la situación. Lukas y yo notamos que había perdido su aire de superioridad. Parecía darse cuenta de que había sido injusto con mamá. Y, aunque no dijo nada, su silencio lo decía todo. No voy a negar que todo este esfuerzo valió la pena.
