La señora Heckle miró a Clara con una mezcla de confusión y leve ofensa, mientras Frannie, avergonzada, bajaba la mirada.
—Pero… pero siempre nos hemos vestido así —balbuceó la señora Heckle—. No entendemos por qué tendríamos que cambiarnos solo por una boda. Clara respiró hondo, esforzándose por mantener la calma.
—Entiendo que pueda ser difícil de aceptar, pero la imagen lo es todo —respondió Clara, con un tono controlado—. Quiero que la boda de mi hijo sea un evento elegante, y el atuendo de los padres de la novia es una parte fundamental de ello.
La señora Heckle seguía confundida, mientras Frannie asentía tímidamente, visiblemente incómoda. El tono de Clara se volvió más firme.
—Por favor, considere mi sugerencia. Sería un gesto muy apreciado y contribuiría a crear el ambiente adecuado para la ocasión.
Tras un breve y tenso silencio, la señora Heckle asintió con cierta reluctancia. —De acuerdo, Sra. Wellington. Haremos lo posible por adaptarnos.
Clara esbozó una sonrisa de satisfacción.
—Gracias, señora Heckle. Eso es todo lo que pido.
Cuando las Heckle salieron de la casa de los Wellington,
Clara dejó escapar un largo suspiro. Sabía que había hecho lo necesario para que la boda de su hijo saliera como lo había planeado.
Sin embargo, una duda persistía en su interior. ¿Había sido justo juzgar a los Heckle solo por su ropa? Quizás, pensó, había algo más importante que las apariencias.