Con la voz temblando de emoción y las estrellas reflejadas en la mirada, la chica dejó al mundo sin aliento.
Subió al escenario envuelta en una mezcla delicada de miedo y determinación. Sus pasos eran vacilantes, pero en sus ojos brillaba una fuerza silenciosa, frágil y poderosa al mismo tiempo.
La superestrella, con una sonrisa cálida, le tendió el micrófono.
—¿Conoces You Raise Me Up?
El estadio estalló en aplausos, como si la multitud supiera, sin saber por qué, que algo extraordinario estaba a punto de suceder. Ella asintió lentamente, tomó aire, y comenzó.
Su voz era un susurro cristalino, claro y frágil como el tañido de una campana de vidrio.
Pero con cada nota, crecía. Su figura, antes temblorosa, se afirmaba. Su voz, antes tímida, se volvía firme. Cada palabra flotaba en el aire, vibrante, cargada de alma.
Bastó la primera frase para que el estadio enmudeciera. Un instante suspendido. Un solo latido detenido.
¿Cómo podía una figura tan pequeña contener una emoción tan inmensa? Nadie quedó sentado. Nadie quedó indiferente.
Porque todos lo supieron, sin que nadie lo dijera: estaban siendo testigos de algo único.
Estaban presenciando el nacimiento de una estrella.