Salí al jardín para regar las plantas, una mañana tranquila, igual que tantas otras. Pero al acercarme al viejo árbol del fondo, algo me hizo detenerme: decenas de pequeñas esferas amarillo-naranjas colgaban de las ramas. Parecían mini naranjas, pero deformes, como si hubieran brotado directamente de la corteza.
Al principio pensé que algún niño había colgado juguetes, pero luego me asaltó una sospecha más inquietante: ¿sería un nido de insectos? Me incliné para tocar una de las bolitas y sentí que era blanda, ligeramente húmeda, y desprendía un olor dulzón… pero con un fondo de podredumbre.

Un escalofrío me recorrió la espalda. Corrí a buscar información en Internet, y lo que encontré me dejó sin palabras: se trataba de un hongo parásito del género Cyttaria.
La Cyttaria ataca a los árboles del género Nothofagus —parientes lejanos de las hayas— y es originaria de Sudamérica. Sin embargo, el cambio climático y el desplazamiento de especies han permitido que sus esporas viajen cada vez más lejos.
El hongo se infiltra en la madera, forzando al árbol a producir agallas, unas excrecencias parecidas a tumores.

De esas agallas emergen los cuerpos fructíferos redondos: las misteriosas esferas naranjas que había visto. A simple vista, el árbol parecía sano. Pero supe que, con el tiempo, el hongo interrumpiría el flujo de savia y humedad, debilitando las ramas una a una.
Cuando el árbol se marchita, el hongo libera miles de esporas que el viento transporta a nuevos huéspedes. Llamé a un amigo botánico. Tras ver las fotos, confirmó mis sospechas:
—Sí, es Cyttaria. Si no cortas las ramas infectadas a tiempo… el árbol no sobrevivirá.

